sábado, 25 de septiembre de 2010

Con la Iglesia hemos topado

De interés público
Emilio Cárdenas Escobosa

Sorprende en los días que corren la gran polémica y el tono con el que se refuta por parte de las mentalidades más conservadoras el polémico tema del matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de que adopten hijos. Cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró constitucional este tipo de uniones y su derecho a la adopción afloraron las pulsiones que aún nos marcan y reapareció entre nosotros la añeja disputa entre liberales y conservadores que traemos como código genético los mexicanos.
En este episodio destaca la grosera intervención del cardenal tapatío Juan Sandoval Íñiguez que olímpicamente mandó al diablo a las instituciones y acusó al jefe de gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, de haber sobornado a los ministros del máximo tribunal de justicia, a quienes señaló de traicionar al país, a las leyes naturales y a las familias mexicanas, lo que ha derivado en denuncias, exclamaciones diversas de opinadores de toda laya y credo y hasta en demandas por daño moral.
La expresión del prelado de que “no sé si a ustedes les gustaría que los adoptaran un par de lesbianas o un par de maricones” muestra su grado de intolerancia y homofobia. Desde luego que el purpurado tiene todo el derecho del mundo a oponerse a los matrimonios entre personas del mismo sexo y a su posibilidad de adoptar, en consecuencia con los preceptos de su Iglesia y en apego al derecho que le garantiza nuestra Constitución, pero ese derecho no le permite difamar que es lo que hizo Sandoval, un sui generis pastor a quien en un excelente artículo de Hernán Gómez Bruera publicado en El Universal se le recuerda lo que muchos sabemos o conocemos de oídas, que “Sandoval Íñiguez es el menos indicado para iniciar una cruzada moral, cualquiera que ésta sea. Un hombre que vive por encima de la ley, que ha sido acusado de malversación de limosnas, lavado de dinero procedente del narcotráfico, evasión fiscal, enriquecimiento ilícito y hasta protección de pederastas carece de la más mínima autoridad para lanzar acusaciones ligeras de corrupción, dictar valores familiares o pretender imponer con quién y cómo nos vamos a la cama las y los mexicanos”.
Ahora como consecuencia de sus dichos, el Jefe de gobierno de la Ciudad de México lo demandó por “daño moral”, la Suprema Corte de Justicia de la Nación le hizo un extrañamiento, el PRD ha solicitado la intervención de la Secretaría de Gobernación para reconvenirlo y hasta la Conapred, organismo de lucha contra la discriminación, habrá de iniciar acciones legales contra el arzobispo de Guadalajara. Vaya lío que causó este hombre de Dios. ¡Que Marcial Maciel nos ampare!
No obstante todo este cotilleo político-clerical y de la particular posición que pueda tenerse sobre el controvertido tema de las uniones entre personas del mismo sexo y su derecho a formar una familia, ya reconocidos por la Corte, lo que subyace en todo este asunto es el respeto y la defensa del Estado laico. Y es que sin duda no se trata solo de la opinión de un ministro por más estridente que sea sino de expresiones denigratorias que atentan contra los derechos de la sociedad y los avances en la protección a todos sus integrantes sin importar su preferencia sexual. Es, sin más, un asunto de civilidad.
Vale la pena retomar lo apuntado por Jorge Alcocer en un artículo en Reforma: “Ésta no es una pelea de opiniones; es una batalla por la preservación del Estado laico, por las ideas y conquistas que Juárez y los liberales defendieron y ganaron en el siglo XIX. La tolerancia del Estado, con la complicidad de legisladores y partidos, ha provocado retrocesos en varios ámbitos de la vida social, en particular en contra de las mujeres y de sectores que reclaman su derecho a la diferencia. Gobiernos de todo signo ideológico y color partidista han prohijado el retroceso ocurrido en 17 estados de la República, en donde se han endurecido las penas en contra de las mujeres que abortan, llegando a excesos como los que han sido denunciados en Guanajuato, donde gracias a la presión de la ONU y de algunos medios de comunicación, el gobernador se vio obligado a dar marcha atrás, al menos parcialmente. No se trata sólo de reivindicar la historia, sino ante todo de mirar el futuro del Estado laico; defender lo que la Corte resolvió en materia del matrimonio entre personas del mismo sexo, y su derecho a la adopción, en el DF, es actuar en favor de los derechos de todos”.
Así o más clarito.
jecesco@hotmail.com

Reporteros

Cosas Pequeñas
Juan Antonio Nemi Dib

1] Hubo un tiempo en el que las redes nacionales de televisión no estaban totalmente integradas en el territorio de México; aunque entonces su tecnología era de vanguardia, comparada con la que usan hoy parece rudimentaria, primitiva. Muy pocas personas soñaban con la transferencia de datos a través de una red mundial de computadoras enlazadas entre sí y aún menos creían que esa maravilla fuera posible. Los televisores se alimentaban necesariamente de las señales captadas por antenas exteriores (de azotea) unidas a la pantalla mediante cables (no existían los coaxiales sino unos planos, plásticos, de color café, con dos delgados hilos de metal en los extremos, siempre en paralelo) y si bien se vendían algunos modelos de antenas “universales”, la calidad de las imágenes mejoraba sensiblemente si se colocaba una antena específica para cada canal. Algunos radiotécnicos acuciosos solían colocar interruptores que permitían elegir la señal de una u otra antena, dependiendo del canal que se quería ver.
Los sistemas de televisión por cable apenas se consolidaban en las grandes ciudades y ni pensar aún en la televisión vía satélite como el producto generalizado de consumo que es hoy. Entonces, la mejor manera de enviar un reportaje o una nota periodística con imágenes de video para televisión era alquilando tiempo de transmisión a través de la red nacional de microondas, lo que resultaba tan caro y poco práctico que solía usarse para casos excepcionales. Por ejemplo, para asegurarse que una noticia de Xalapa se transmitiera con audio y video en la televisión de Veracruz, la mejor forma era enviar la nota grabada en un cassette enorme con un mensajero; es cierto que el mensajero viajaba en coche, pero al final era el mismo sistema con que hace 500 años a Moctezuma le llegaba el pescado fresco todos los días desde el mar hasta Tenochtitlán, mediante Tamemes. Parece la prehistoria, pero en realidad apenas 20 años nos separan de aquélla época.
Fue precisamente ése el momento de mayor éxito profesional de Marco Polo Villanueva. Llegó a ser uno de los reporteros más socorridos y respetados del gremio. Su trabajo era especialmente complicado: tenía que hacerlo en mucho menos tiempo que los colegas y, además, sin errores, porque sus notas debían viajar -literalmente- cientos de kilómetros por “vías de superficie”, como dicen los sellos postales, antes de esparcirse libremente por el espectro radioeléctrico. Marco Polo nunca fue “cremoso” ni se consideraba mejor o más importante que el resto de sus compañeros de oficio; fue siempre solidario con sus camarógrafos y asistentes y compartía con ellos sus éxitos profesionales. Era cuidadoso para entrevistar y buscaba la forma de suavizar las preguntas escabrosas para no resultar agresivo. A mí me llamaba “Toñito”, una cortesía que no recuerdo ni en mi casa, de niño. Siempre que pudo me sirvió.
Ahora que ha muerto me doy cuenta de que Marco no tuvo una vida fácil pero también que dejó muchos amigos que lo extrañan. Descanse en paz.
2] Lo conocí en alguna gira de trabajo pero luego tuve un poco más de cercanía con él en la Cámara de Diputados. Nació en el DF pero su familia era de Chicontepec, por lo que solía declararse “medio veracruzano”. Junto con otra paisana (cordobesa, para mayor precisión), Ana Cristina Pelaez, recorrió de cabo a rabo el territorio de México -y del mundo- reportando periodísticamente el sexenio de Carlos Salinas de Gortari con sus cosas buenas y malas; decían que ambos eran “los consentidos” del Presidente de la República.
Fidel Samaniego solía definirse como “Narigón Cronista” y la verdad es que su calificación resultaba certera dado que su apéndice nasal (grandecito, sí, visible, sí, pero nada comparable al que se empeña en abrirme camino por la vida) y la maestría con que llegó a manejar el género de la crónica fueron, quizá, sus características más notables.
El día en que murió, El Universal publicó de nueva cuenta la última de sus colaboraciones, la crónica de unas vacaciones en Acapulco y el empeño de sus padres porque la familia conociera la mayor parte de México. Hace un par se semanas, precisamente en vacaciones, en el Puerto de Veracruz, lo sorprendió la muerte, segando una vida creativa y en plenitud.
Lo tengo presente el domingo de las elecciones de 2004; fuimos él y yo acompañando al candidato al supermercado, a hacer unas compras. Lo que no recuerdo es por qué ni cómo aparecí yo cantando en ese trío. Pero conversamos largo, tuvimos una charla sabrosa.
Hace unos meses Fidel Samaniego accedió a una larga entrevista radiofónica y me respondió sin ambages, con franqueza y sin eludir los temas incómodos. Por supuesto le pregunté por su condición de “periodista predilecto” del sexenio 1988-1994. Me dijo que, increíblemente, desde que terminó el sexenio del Presidente Salinas había perdido todo contacto con él. Incluso le confió a la audiencia un incidente desagradable con el personal de seguridad del expresidente.
Fidel Samaniego hizo libros, tuvo hijas, sembró árboles. En paz descanse también.
antonionemi@gmail.com