Quique Nieto
Siempre se dice que en México no se lee; sin embargo los estudiosos afirman que la gente sí lo hace, pero el problema es lo que es considerado como lectura. Me parece que es una respuesta mañosa llena de interpretaciones literales. Naturalmente, en México y en todo el mundo la gente sí ejerce dicha actividad; aunque algunos no tan bien como deberían. Pero no se está atendiendo a la realidad de la proposición inicial, que dicha de otra forma tendría que ser así: en México no se lee literatura de calidad.
Esto se debe, para empezar, a la deficiente calidad de la educación básica; así como los fallidos programas para el desarrollo y difusión de la lectura. El programa de Libros del Rincón, por ejemplo, parece ser ornamento en las primarias y un monumento al No tocar. ¿De qué sirve que se haya editado El corazón de las tinieblas de Jospeh Conrad, traducido por Pitol, para este programa si los niños conocerán (si la conocen) la obra hasta la preparatoria o incluso la universidad? Sin embargo no hay formas de que la comunidad que está realmente interesada en constituir una juventud lectora y por ende, libre, asuma la responsabilidad de tales programas o por lo menos de que el Estado las acepte como prioridad cultural. Es sabido, pues, que el sistema utilitario no acepta nada que no deje dinero. De allí se derivan otras tres barreras que habría que reconocer para salir de este cisma cultural-literario.
Ya nadie pretende acercarse a un estudiante o doctor en literatura por miedo a ser apabullado por palabras cultas o difíciles ordenamientos sintácticos. Huyen también de la necesidad de estos de demostrar en una sola charla de 20 minutos todo (absolutamente todo) lo que saben. Los profesores nos abruman con lecturas medievales en la secundaria, cuando queremos acción y no nos vendría mal leer sobre un sujeto que vomita conejos o una epidemia de ceguera blanca. Y por supuesto la apertura editorial a los nuevos escritores y que no haya hijos predilectos que se encargarán de seguir sacralizando la burocracia cultural. Niños mimados de las instituciones, las que sí han sabido ocupar la cultura y las artes para el lucro.
Sólo hay una forma de que la gente empiece a leer textos de calidad: evitando a los intelectuales rimbombantes cuyo carácter en vez de crear lectores, destruye a los potenciales. Huir de los profesores autoexiliados del encanto de la literatura y acabar con las mafias editoriales. En resumidas cuentas: una reconfiguración del sistema literario. Sólo hay que recordar a un Vicente Fox aludiendo a José Luis Borgues o a un diputado diciendo que se alegra de que José Emilio Pacheco haya recibido el Premio Cervantes porque de chico él leía su novela El coronel no tiene quien le escriba.
Quisiera, realmente quisiera, concluir con una buena propuesta para la difusión y el desarrollo pronto de la lectura en la población. Pero no se me ocurre más que sugerir que antes de hacer cualquier otra cosa, es necesaria la depuración de las instituciones culturales y educativas donde impera la ambición y la corrupción, las palancas y las dictaduras de la codicia. Después, la apertura de espacios a una ética libertaria donde resuene el Al diablo con la cultura de Herbert Read y se elimine la necesidad utilitaria, en su sentido económico, de todos los aspectos de la cultura. Es entonces, cuando seremos libres, ni un minuto antes, ni uno después.