DE INTERÉS PÚBLICO
Emilio Cárdenas Escobosa
20 de mayo de 2011
El Movimiento 15-M que inició en España y se extiende ya a varios países europeos es una airada movilización de protesta de miles de indignados ciudadanos, mayoritariamente jóvenes desempleados, que se declaran hartos de la desatención de sus gobiernos, de la simulación de los partidos políticos, de la voracidad de banqueros y empresarios, de la corrupción de su clase política, y de una larga lista de lacras que también padecemos multiplicadas ad infinitum en nuestro país.
Allá, en la madrileña Puerta del Sol, cada día crece el número de inconformes, atizados por ciberconvocatorias hechas vía las redes sociales, y el fenómeno está ya presente en las principales ciudades del país Ibérico, siguiendo las pautas de las protestas que han hecho caer gobiernos en el mundo árabe. El ejemplo empieza a cundir en otras naciones y según analistas puede ser el preludio de movilizaciones internacionales como las que conmocionaron al mundo occidental en 1968.
Al grito de “no somos mercancía en manos de banqueros y políticos”, un heterogéneo grupo de ciudadanos contestatarios, profundamente insatisfechos con lo que sus gobiernos y el sistema político les ofrecen como alternativa de vida, han decidido tomar las calles y cuestionar cuánto haya que cuestionarse a una situación de desempleo, falta de oportunidades y especialmente de ensimismamiento y refracción a la crítica de una clase política que ha dado fehacientes muestras de autismo para hacer frente a una severa crisis económica que tiene al 43 por ciento de los jóvenes españoles en el desempleo.
Ahora estas protestas, que se reproducen en capitales europeas y en el epicentro se intensifican de cara a la jornada electoral que tendrá ese país el domingo 22 en unos comicios autonómicos y municipales en los que la tendencia ganadora es hasta ahora del conservador Partido Popular, sirven de termómetro a muchos analistas para medir el impacto de este fenómeno social y observar cómo las revueltas que recién sacudieron a varias naciones árabes han encontrado ahora eco en naciones donde la exigencia no es por una transición democrática, sino para cuestionar a una democracia vacía de contenidos y que se limita, en la mayoría de los casos, a la celebración periódica de elecciones, donde el votante debe conformarse en sufragar por el único catalogo de partidos existente para que lleguen al poder políticos que pocas veces rinden cuentas a los gobernados, que se ocupan más en salvamentos a banqueros, hacer negocios o pensar solo en la próxima elección, que en trabajar para revertir la grave crisis económica que irrita a la población.
El caso del hartazgo de esas sociedades y su activismo para cuestionar el estado de cosas, contrasta notablemente con el caso de nuestro país, donde no son menos los problemas que nos agobian y que mantienen en la frustración y el desencanto a amplias franjas de la sociedad, cuya crispación se potencia ante la explosión delictiva que nos hace vivir con miedo. Poco importan la inseguridad ciudadana, la crisis económica, el empobrecimiento de las clases medias, la condena a la miseria de millones de mexicanos, cuando observamos el francamente cínico y deplorable comportamiento de nuestros políticos que viven en otro mundo, distante años luz, del de las angustias cotidianas de la gente; más ocupados en defender sus intereses y sus negocios, con la mirada y la atención puestas, hoy por hoy, en la elección federal del 2012 y el reparto del pastel que vendrá tras los comicios del próximo año.
En ese escenario, donde la inconformidad ciudadana no pasa de expresarse amargamente en el seno de la familia, en los círculos de amigos, en el café y eventualmente en la participación en efímeros movimientos o marchas para exigir respeto al voto, mayor seguridad o asuntos concretos del interés de transportistas, taxistas, colonos o ciudadanos que reclaman una obra pública prometida y no realizada, decisiones administrativas que les afectan, que se haga justicia ante algún abuso de autoridad. Pero en todos los casos, son manifestaciones aisladas, con demandas que luego de ser satisfechas o mediatizadas, o peor aún, relegadas al cajón de los asuntos sin importancia de nuestras burocracias, no conmueven a otros más allá de a los directamente interesados, a las víctimas de estos hechos o abusos. Mientras, el grueso de la población sigue su vida, mirando de lejos a los que protestan, satanizándolos las más de las veces porque “afectan a terceros”, creyendo que lo malo les pasa a otros, no a uno, pensando que ya Dios proveerá, que el próximo gobernante “a ver si nos sale mejor que el anterior”. El Conformismo, la abulia, el desinterés por hacer algo para cambiar la situación, nos lastran.
¿Cuándo veremos en México movilizaciones de protesta de verdad, que no se arredren; con líderes o activistas que no se arreglen “en lo oscurito” con los negociadores gubernamentales, que sean persistentes y tengan la convicción de que no hay gobierno ni acción gubernamental que resista una ola creciente de protestas ciudadanas y el rechazo mayoritario a políticas públicas o decisiones que afectan a la población? ¿Será por eso que tenemos a una clase política como la nuestra? ¿Será cierto, entonces, que cada pueblo tiene el gobierno que se merece?
Frente a la elección presidencial del 2012, sin duda, los mexicanos tienen la oportunidad de hacerlo. Porque es evidente que existe la percepción generalizada de que todo está resuelto y el PRI volverá al poder, que ya no hay más que hacer ante la pobreza de opciones en el PAN, las disputas eternas en la izquierda y, en general, por el hecho de que no hay más alternativas en nuestro sistema de competencia electoral. Lo que ofrecerán en las campañas políticas los candidatos de las tres principales formaciones políticas es previsible: combatir a la delincuencia, más programas asistenciales, reactivar la economía, atacar la pobreza extrema, entre un sinfín de temas que veremos en miles y miles de spots de televisión y toneladas de propaganda-basura. Esa historia ya la hemos visto muchas veces, y ya sabemos, por desgracia, cuáles son sus resultados.
Que interesante y alentador sería que ese año los mexicanos supiéramos decir ya basta al estado de cosas y plantarle cara a la inseguridad, la simulación, las promesas que no se cumplirán y la corrupción que envilece nuestra vida pública y degrada a las instituciones. Sin duda, serían miles y miles, a lo largo y ancho del país, los que se sumarían a una convocatoria como la que mantiene hoy tan activos a los españoles, y que en las naciones islámicas han llevado a la dimisión de gobernantes y a la caída de regímenes que se antojaban eternos. Querer es poder, y los mexicanos algún día debemos despertar. ¿Será de verdad tan difícil?
¿O será cierto que nosotros aguantamos todo y que como buena raza de broce, el abuso y la torpeza del poder nos hacen lo que el viento a Juárez? A que le tiras cuando sueñas mexicano….