Para todos los maestros de México que están allá afuera en las calles.
También para mis maestros en todas las épocas.
Gracias por todo, no se rindan.
Yuri Alejandra Cárdenas Moreno
Probablemente ya no hay nadie en este país que no esté enterado parcial o totalmente del conflicto entre los maestros y el gobierno federal. El trágico escenario de policías y maestros peleando brutalmente en las calles nos habla de la avanzada descomposición social y política por la que atraviesa nuestro país. Y es que se le mire por donde se le mire, este conflicto debería tratarse de todo, menos de violencia física.
Voces hay a favor y voces hay en contra: a favor de los maestros, a favor de la Reforma Educativa, en contra de los maestros, en contra de la respuesta del gobierno de Enrique Peña Nieto. Y como siempre, las batallas libradas en la calle son llevadas también a la “Aldea Global” del internet, donde furiosos adversarios anónimos pelean, se insultan y critican, y comparten toda clase de publicidades que apoyen su postura para burlarse de sus contrarios.
Retomo quizá el argumento de mi publicación anterior, al señalar la eterna disputa clasista entre “fresas y chairos”, pero en este caso, incluso esa justa pasa a segundo plano, creo yo, ante la breve y humilde reflexión que quiero compartir a continuación con quien generosamente me lea.
Quien se ha tomado la molestia de leer o investigar a fondo sobre la Reforma Educativa, sabe que si bien no se trata de un plan maligno para destruir el mundo, es un proyecto quimérico en un país donde la corrupción, el atraso y la incultura son el pan de cada día.
Maestros que toda su vida llevaron a cabo un método de entrega de sus materiales y programas de estudio, que hacían lo que podían con lo que tenían a la mano, de la noche a la mañana fueron sometidos a pruebas y métodos de entrega electrónicos, a evaluaciones con parámetros desconocidos para ellos, que provocaron confusión y en más de un caso fueron la causa de la suspensión del profesor en cuestión.
Hasta ahí una primera postura muy legítima si hablamos particularmente de la injusticia cometida contra esos profes trabajadores, “chapados a la antigua” si queremos, pero que estaban ahí todos los días trabajando para educar a sus estudiantes, sin importar lo lejos que estuviera la escuela o lo difícil que fuera su entorno.
Pero también tenemos los casos de algunos miembros del magisterio (no todos), que ni siquiera daban clases, que usaban la plaza magisterial como aviaduría o como herencia para sus hijos (merecida o no), o que no se esforzaban en lo más mínimo en ayudar a los alumnos a formarse, que sólo estaban ahí para cobrar por no hacer nada.
Hasta ahí la postura que critica las protestas de maestros, que las ven como pretexto de un montón de gente floja que no quiere perder un sueldo no trabajado, para seguir comiendo del sistema con el dinero de los mexicanos.
Ambas posturas son válidas si, Y SOLO SI, no son usadas para definir el movimiento magisterial en su totalidad. No podemos decir que los maestros que están ahí afuera en las calles son unos vándalos inútiles, pero tampoco diremos que todos y cada uno de ellos son maestros ejemplares.
En todo caso, son mexicanos que fueron arrebatados de su empleo, de su fuente de ingreso, con la que sostienen sus casas, con la que alimentan a sus hijos. Y eso, definitivamente no puede ser un motivo de celebración.
Las reformas de Peña Nieto se pintan de progresistas y modernas. Lo son, sí, pero sólo si fuesen aplicada s en países de primer mundo como Alemania, Suecia o Francia.
Aquí en México, donde muchas escuelas tienen techo de lámina, no tienen drenaje, ni luz eléctrica, ni pupitres, ni pizarrones. Aquí en México, donde muchos niños llegan a clases sin comer porque sus padres no tienen qué darles, donde muchos niños están desnutridos, son golpeados, tienen que trabajar en las tardes para comer. Aquí en México, primero se tienen que resolver los problemas de fondo para poder aplicar las modernas reformas del Señor Presidente.
Quizá pensamos que es falta del maestro que no quiere entrar en la modernidad, que se rehúsa a tomar una computadora, que aún quiere usar métodos de memoria con sus estudiantes, que se resiste al cambio. Pero creo que no nos ponemos a pensar que en muchísimos casos los maestros tienen que ir en lancha y en burro y a caballo para acceder a las regiones más agrestes donde hay una escuelita rural que no tiene wi-fi ni cafés internet. No pensamos en los maestros que tienen alumnos indígenas que no hablan bien el español, o que tienen padres que no quieren que vayan a la escuela. No pensamos en los maestros que por las tardes o las noches no descansan como todos los trabajadores porque tienen que corregir exámenes, revisar tareas, planear las clases del día siguiente, preparar sus expedientes de evaluación para los supervisores de área, dibujar el bendito periódico mural de la primavera, hacer flores de papel, pensar una coreografía o un poema grupal para el acto cívico, comprar lápices y un cuaderno para Juanito que no tiene dinero ni para eso, reunirse con la mamá de Pedrito que lo manda a la escuela sin bañar.
Se nos olvida que alguna vez fuimos niños y tuvimos maestros, maestros buenos, maestros barcos, maestros inolvidables, que nos hicieron ser lo que hoy somos, para bien o para mal. Y hoy, un gobierno de niños mimados e incultos, de pésimos administradores, de juniors de pacotilla, viene a decirles cómo hacer su trabajo, a ponerles pruebas digitales en servidores mal programados -error 404- , a preguntarles, en casos verídicos, sobre materias que ellos ni siquiera imparten, y con el pretexto de que están mal preparados quitarles todo lo que tienen –sueldo, prestaciones, antigüedad, jubilación, dignidad de paso-.
Vamos a poner un ejemplo: ¿Qué haríamos, nosotros los Godínez de México, burócratas de hora-nalga, los que tenemos FB y lo usamos para insultar toda la mañana a los “chairos manifestantes”, qué haríamos, si un día llegara una comisión evaluadora a verificar que nuestros estudios son compatibles con nuestros puestos, que nuestros sueldos no estén inflados, que nuestras capacidades se correspondan con nuestro empleo? El 80%, si no es que más, se iría a la calle por ser inadecuados para la administración pública.
Y una vez que nos viéramos en la calle, sin trabajo, sin dinero, sin futuro, ¿nos iríamos a nuestras casas como buenos niños a esperar que el Presidente nos salvase? ¿Diríamos con voz de comercial de detergente: “¡No importa! ¡Todo sea por el progreso! Hay que trabajar todos juntos”?
Yo creo que no. Creo que nos enfadaríamos, porque aunque no seamos los mejor capacitados, hacemos lo que podemos, con lo que hay, en el país que nos tocó para vivir. Y eso es válido, es entendible. ¿O no?
Se me hace ridículo pensar que los maestros están ahí porque quieren, porque les gusta estar ahí, porque les gusta el desorden y la violencia. Yo creo que ellos preferirían estar en su salón de clases, bonito o feo, con o sin techo, enseñándole a nuestros hijos, hermanitos, sobrinos o nietos, una lección de matemáticas o de español. Porque ¿a quién diablos le gustaría más estar horas bajo el inclemente sol en medio de una carretera bloqueando el paso de los automóviles que los insultan, defendiéndose de los policías que los tratan de quitar por la fuerza, golpeándolos como si todos sus años de estudio sólo sirvieran para eso.
Pero somos cómodos, nos sentamos frente a la computadora, frente a la televisión o el teléfono inteligente, y criticamos, y blasfemamos, y nos burlamos de esos “chairos”.
¿Qué no me pongo a pensar en los líderes sindicales y sus mafias? Claro que sí, pero les recuerdo que los que perdieron su empleo no son ellos, pero ellos si son los que obligan a todos los trabajadores afiliados a pagar cuotas y a seguir los lineamientos políticos de la Coordinadora si no quieren ser despedidos. Ellos no son distintos a los funcionarios de gobierno de los que tanto nos quejamos. Y ¿acaso nosotros pensamos que todos y cada uno de los empleados de gobierno son unos miserables ladrones? Pues no, no es lo mismo el Gobernador del Estado que “don Vicente” el que saca las copias y opera el conmutador. Y en el caso de los maestros aplica la misma norma.
Por otra parte, hay un elemento que nadie se detiene a ver, o que nadie quiere ver, mejor dicho. ¿En dónde es que se suscitan estos enfrentamientos de maestros? Pues en Oaxaca, Chiapas y Guerrero principalmente. Y yo pregunto ¿son estos tres estados los más boyantes y ricos del país, dónde no hay pretexto para que los habitantes se quejen de los sueldos y las condiciones de vida en las que se desempeñan? Ja ja ja y más ja.
Chiapas, Oaxaca, Guerrero, los tres huerfanitos pobres del cuento. Tres entidades sumidas desde toda la vida en la pobreza extrema, el atraso, y sobre todo, el olvido. Y quizá, ser maestro en una escuela pública o rural, en cualquiera de estos lugares, no es el sueño de todo mexicano.
No podemos cerrar los ojos y pensar que todo es como los medios nos dicen que son. En este país no hay maestros mal preparados, sólo hay maestros mexicanos, crecidos en el sistema obsoleto y corrupto en el que les tocó crecer, practicantes de las mismas prácticas que todos, sí, todos llevamos a cabo en nuestra vida profesional. Y todos, no sólo ellos, corremos el riesgo de que estas nuevas administraciones nos digan un día que no les servimos y nos den “las gracias”.
¿Y qué nos toca hacer? Pues apoyarnos como ciudadanos que somos. Informarnos para que no nos cuenten como es la cosa, vernos en los ojos del que lucha, y ponernos en sus zapatos aunque sea un ratito. Si lo nuestro no es apoyar activamente, por lo menos respetar, callar, y con eso ganarnos el derecho a ser oídos, respetados y apoyados el día que a nosotros nos toque ser víctimas de una injusticia.
A lo mejor los bloqueos nos perjudican e nuestro día a día, la falta de clases en las escuelas perjudican a los niños, los enfrentamientos perjudican a los comerciantes, pero de eso ¿quién tiene la culpa? ¿Quién lo dejó escalar hasta ese nivel? ¿Quién no hizo nada teniendo el poder en sus manos? ¿Quién prefirió usar el cinismo y la fuerza pública en vez del diálogo y las soluciones alternativas? Ya sabemos quién. Pero no nos damos cuenta de que ese villano precisamente está usándonos para ganar la contienda. Nos pone los unos contra los otros para salirse con la suya, y nosotros, al pensar que lo tenemos todo y que los “violentos” nos los quieren arruinar, les estamos haciendo el juego, como ratitas de laboratorio.
No hay peor pueblo que el que no se respeta a sí mismo. En el que todos los hermanos se muerden entre sí, no se interesan el uno en el otro, cada quien viendo por sí mismo como la ley de la selva.
No se trata de si somos de derecha o de izquierda, de si nuestro partido es el PRI o Morena, se trata de vernos como una sola sociedad, no como enemigos.
Hoy los maestros son golpeados y vapuleados, mañana los médicos, después los jubilados, y entonces qué, ¿vamos a esperar de brazos cruzados a que otra vez sean masacrados los estudiantes, como en el 68? No conviene darle demasiado tiempo el garrote a un gobernante inepto, porque no sabemos si un día lo va a usar para darnos a todos parejo. Y eso ya no nos va a gustar.