sábado, 25 de septiembre de 2010

Reporteros

Cosas Pequeñas
Juan Antonio Nemi Dib

1] Hubo un tiempo en el que las redes nacionales de televisión no estaban totalmente integradas en el territorio de México; aunque entonces su tecnología era de vanguardia, comparada con la que usan hoy parece rudimentaria, primitiva. Muy pocas personas soñaban con la transferencia de datos a través de una red mundial de computadoras enlazadas entre sí y aún menos creían que esa maravilla fuera posible. Los televisores se alimentaban necesariamente de las señales captadas por antenas exteriores (de azotea) unidas a la pantalla mediante cables (no existían los coaxiales sino unos planos, plásticos, de color café, con dos delgados hilos de metal en los extremos, siempre en paralelo) y si bien se vendían algunos modelos de antenas “universales”, la calidad de las imágenes mejoraba sensiblemente si se colocaba una antena específica para cada canal. Algunos radiotécnicos acuciosos solían colocar interruptores que permitían elegir la señal de una u otra antena, dependiendo del canal que se quería ver.
Los sistemas de televisión por cable apenas se consolidaban en las grandes ciudades y ni pensar aún en la televisión vía satélite como el producto generalizado de consumo que es hoy. Entonces, la mejor manera de enviar un reportaje o una nota periodística con imágenes de video para televisión era alquilando tiempo de transmisión a través de la red nacional de microondas, lo que resultaba tan caro y poco práctico que solía usarse para casos excepcionales. Por ejemplo, para asegurarse que una noticia de Xalapa se transmitiera con audio y video en la televisión de Veracruz, la mejor forma era enviar la nota grabada en un cassette enorme con un mensajero; es cierto que el mensajero viajaba en coche, pero al final era el mismo sistema con que hace 500 años a Moctezuma le llegaba el pescado fresco todos los días desde el mar hasta Tenochtitlán, mediante Tamemes. Parece la prehistoria, pero en realidad apenas 20 años nos separan de aquélla época.
Fue precisamente ése el momento de mayor éxito profesional de Marco Polo Villanueva. Llegó a ser uno de los reporteros más socorridos y respetados del gremio. Su trabajo era especialmente complicado: tenía que hacerlo en mucho menos tiempo que los colegas y, además, sin errores, porque sus notas debían viajar -literalmente- cientos de kilómetros por “vías de superficie”, como dicen los sellos postales, antes de esparcirse libremente por el espectro radioeléctrico. Marco Polo nunca fue “cremoso” ni se consideraba mejor o más importante que el resto de sus compañeros de oficio; fue siempre solidario con sus camarógrafos y asistentes y compartía con ellos sus éxitos profesionales. Era cuidadoso para entrevistar y buscaba la forma de suavizar las preguntas escabrosas para no resultar agresivo. A mí me llamaba “Toñito”, una cortesía que no recuerdo ni en mi casa, de niño. Siempre que pudo me sirvió.
Ahora que ha muerto me doy cuenta de que Marco no tuvo una vida fácil pero también que dejó muchos amigos que lo extrañan. Descanse en paz.
2] Lo conocí en alguna gira de trabajo pero luego tuve un poco más de cercanía con él en la Cámara de Diputados. Nació en el DF pero su familia era de Chicontepec, por lo que solía declararse “medio veracruzano”. Junto con otra paisana (cordobesa, para mayor precisión), Ana Cristina Pelaez, recorrió de cabo a rabo el territorio de México -y del mundo- reportando periodísticamente el sexenio de Carlos Salinas de Gortari con sus cosas buenas y malas; decían que ambos eran “los consentidos” del Presidente de la República.
Fidel Samaniego solía definirse como “Narigón Cronista” y la verdad es que su calificación resultaba certera dado que su apéndice nasal (grandecito, sí, visible, sí, pero nada comparable al que se empeña en abrirme camino por la vida) y la maestría con que llegó a manejar el género de la crónica fueron, quizá, sus características más notables.
El día en que murió, El Universal publicó de nueva cuenta la última de sus colaboraciones, la crónica de unas vacaciones en Acapulco y el empeño de sus padres porque la familia conociera la mayor parte de México. Hace un par se semanas, precisamente en vacaciones, en el Puerto de Veracruz, lo sorprendió la muerte, segando una vida creativa y en plenitud.
Lo tengo presente el domingo de las elecciones de 2004; fuimos él y yo acompañando al candidato al supermercado, a hacer unas compras. Lo que no recuerdo es por qué ni cómo aparecí yo cantando en ese trío. Pero conversamos largo, tuvimos una charla sabrosa.
Hace unos meses Fidel Samaniego accedió a una larga entrevista radiofónica y me respondió sin ambages, con franqueza y sin eludir los temas incómodos. Por supuesto le pregunté por su condición de “periodista predilecto” del sexenio 1988-1994. Me dijo que, increíblemente, desde que terminó el sexenio del Presidente Salinas había perdido todo contacto con él. Incluso le confió a la audiencia un incidente desagradable con el personal de seguridad del expresidente.
Fidel Samaniego hizo libros, tuvo hijas, sembró árboles. En paz descanse también.
antonionemi@gmail.com

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