Jesús Silva Herzog Márquez
Su estreno el próximo domingo tiene un propósito claro. No es revocar, es provocar. No se ha echado a andar para lo que, en principio, podría servir: remover a un Presidente que ha perdido respaldo. Se activa la revocación para desafiar al árbitro, para desprestigiarlo, para mostrarle al país que el poder puede violar la ley impunemente. Y quien se atreva a notarlo es enemigo de la democracia.El mecanismo que se inaugurará el domingo no es simplemente inútil, no es una mera distracción. Así lo han pintado sus críticos. Como algo que no tiene sentido hoy, pero que podría funcionar después. Creo exactamente lo contrario. Son preocupantes las consecuencias de esta consulta, pero mucho más graves serán las secuelas que dejará el dispositivo. Las oposiciones son tan responsables del despropósito, como Morena. Se tragaron completa la píldora de la demagogia presidencial, la frasecita del pueblo que pone y quita, sin calibrar el impacto que una provisión de este tipo tiene en la marcha de un gobierno. Las instituciones políticas no se ensamblan con lemas. Su funcionamiento requiere, entre otras cosas, calibrar representatividad con gobernabilidad. Por eso dependen de un razonamiento ingenieril: deben permitir la rendición de cuentas y alentar, al mismo tiempo, la eficacia de quien ha ganado una elección.
Se nos presenta como gran avance democrático el que tengamos derecho de destituir a un Presidente, aunque lo sustituya quien no ha recibido un solo voto popular para ese cargo, aunque lo reemplace poco después quien designe el Congreso para concluir el periodo. Se nos ofrece una democracia rebosante: podríamos tener, en los últimos tres años de un sexenio, tres presidentes. Deshacernos de un Presidente electo popularmente para adoptar, en un corto plazo, dos Presidencias dotadas de legitimidad diluida. El efecto del castigo no sería la simple remoción de un político impopular, sino la inauguración de una Presidencia menos representativa y, en ese sentido, menos legítima. Tras el desahogo electoral, la inestabilidad. Se trata de un buen retrato de lo que significa una política subordinada a frases, una política que no se toma el tiempo para considerar con seriedad el diseño de las instituciones políticas. Tenía razón quien decía que el peor enemigo del constitucionalismo era la demagogia.
Quienes reformaron la Constitución para obsequiarle al Presidente un espejito para alimento de su vanidad alteraron, desde su núcleo, el régimen presidencial. Pensaron en esta Presidencia y no en las que vienen. No anticiparon siquiera el escenario de la Presidencia del 24, que muy probablemente volverá a ser una Presidencia de minoría. Sin constituir un avance democrático, el horizonte de la administración se recortará, el gobierno quedará atado a la lógica de la campaña, la polarización quedará instituida como rutina de gobierno. Si queremos una rendición de cuentas ágil, podríamos pensar en alternativas parlamentarias; si creemos que los riesgos del periodo sexenal son enormes, recortemos el encargo.
El revocatorio resultó un provocatorio. La ilegalidad con la que se han conducido el gobierno y sus aliados durante el proceso es un desafío a las instituciones. El secretario de Gobernación, sabiendo que viola la ley, promueve la consulta para provocar la reacción de las autoridades electorales. El ministro del interior conoce la ley, pero no pretende siquiera simular que la respeta. Lo anuncia con total desparpajo: violaré la ley con todo orgullo porque "esunhonorestarconObrador". Las consignas se han convertido en coartadas de la ilegalidad. Es también un desplante, un insulto a las víctimas, a quienes piden el auxilio del centro el que el subsecretario de Seguridad Pública del gobierno federal abandone su responsabilidad para dedicarse a promover el homenaje presidencial. Mientras el país arde, al tiempo que vemos correr la sangre por todos lados, los encargados de recuperar la tranquilidad muestran sus prioridades: no la paz, el tributo presidencial. Y lo más grave, lo más escandaloso, lo verdaderamente alarmante: esta consulta ha servido para el descaro del militarismo. El comandante de la Guardia Nacional asistió este fin de semana a un evento de Morena en apoyo al Presidente. Sin pudor alguno, las Fuerzas Armadas, se entregan a la política partidista.
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