martes, 20 de enero de 2015

¿Cuesta de enero?

Sin tacto
Sergio González Levet

El domingo fui, como es costumbre de muchos en esta ciudad, a pasear a la Plaza Américas (y como todos, le regalé sin necesidad 18 pesos a los propietarios de ese conglomerado, que es lo que cobran indebidamente por el estacionamiento). 
Digo, no es la gran noticia, ni mucho menos, el hecho en sí de que yo o cualquiera acudamos a dar la vuelta por ese centro comercial -que en esta época de fríos, lluvia y ventoleras es una verdadera legión-. Lo que resulta digno de ser mencionado, es la gran cantidad de gente que se podía ver deambulando por los pasillos, pero que también entraba y compraba y consumía en los comercios y restaurantes que perviven ahí.
Y resulta extraño porque estamos en lo más álgido de la cuesta de enero (tan en lo álgido, que unos sicólogos británicos llegaron a afirmar que este lunes 19 de enero fue el día más triste y deprimente del año, según sus razonamientos un poco jalados de los pelos, hay que decirlo).
Yo y algunos más nos preguntábamos ese domingo cómo le habían hecho todos esos ciudadanos para conseguir algo de liquidez e irla a gastar a los negocios de lujo de la Plaza.
Un estudio hecho por ciertos estadísticos de la Universidad Veracruzana arrojó que el 70 por ciento de la población en esta capital vive de un sueldo gubernamental (aquí consideran que se mantienen de él además del jefe o jefa de familia, los hijos y hasta alguna abuelita o la tía solterona que terminó refugiándose en la casa de su sobrino consentido cuando ya no tuvo padre o madre que la mantuvieran). De acuerdo con esa cifra, de los 100 comensales que estaban en un momento determinado en el restaurante Los Giros (¿ya probaste la sopa azteca y los tacos de pollo al pastor, Felipe Hakim?); de los 100 que estaban ahí, entonces 70 iban a pagar con lo que finalmente sí recibieron el papá o la mamá de su quincena que nomás no llegaba hace algunos días. Establecimientos más caros estaban igualmente repletos, y se podía ver a muchos saliendo de las grandes tiendas departamentales y cargados de bolsas que delataban la compra de alguna prenda, de un accesorio corporal, de alguna fruslería o algún objeto de lujo.
No entiendo muy bien eso. ¿Estamos o no estamos en la inopia? ¿Hay o no hay crisis económica?
Si la hay, ¿de dónde saca la gente para adquirir artículos suntuosos?
Si no la hay, ¿de dónde saca la gente que estamos mal y nuestra economía no tiene remedio?
Me cuesta trabajo entender que empleados de gobierno que se manifestaban indignados el jueves porque no se les pagó a tiempo el modesto sueldo que devengaron casi todos con justicia, son los mismos que el domingo andaban gastando a manos llenas, como si acabaran de recibir su aguinaldo.
Aquí la cosa ideal sería que no estuvieran comprando con créditos al consumo; cuentas que nunca podrán terminar de pagar…

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lunes, 12 de enero de 2015

Guillermo Aguilar Portilla

Sin tacto
Sergio González Levet

Guillermo Aguilar Portilla
El calificativo “buena gente” -por desgracia cada día lo podemos aplicar a menos personas- le encajaba perfectamente a Guillermo Aguilar Portilla, hombre generoso, siempre de excelente humor y dedicado a vivir la vida de manera amable con sus semejantes.
Lo vamos a recordar siempre con su sonrisa a flor de labios, con sus comentarios ingeniosos, con su calidez humana que contagiaba de las mejores intenciones.
Seguramente, como todo ser humano, tenía sus malos ratos, pero a mí y a la mayoría de sus amistades nunca nos tocó presenciarlos, y mucho menos padecerlos. Como muchos otros más, lo consideraba mi amigo porque era fácil guardarle afecto y las mejores consideraciones.
Lo consideraba mi amigo, pero lo era muchísimo más, cercanísimo, de su amigo perenne, el titular de Desarrollo Económico y Portuario Erik Porres Blesa, con el que mantenía una relación de lealtad, trabajo y afecto difícilmente encontrable entre un empleado y su jefe. El Secretario, con esa manera ruda y cercana que tiene para demostrar sus apegos, se notaba a sus anchas y a gusto junto a su colaborador, junto a su camarada. La alegría en ambos y la risa contagiosa eran elementos que daban cuerpo y definían esa amistad.
Por eso sé de la tristeza cierta del amigo que se quedó: una pena que no da lugar al aspaviento ni a la exhibición, pero que permanece ahí en lo recóndito del alma, en la memoria invicta que traerá continuamente al que se fue.
Guillermo Aguilar Portilla era oficialmente el Enlace Institucional de Comunicación Social de la Sedecop, pero cumplía funciones también de secretario particular, de funcionario con todas las confianzas, de pieza con garantía de lealtades, de confidente seguro.
Profesional y responsable, tenía también un espíritu inquieto y curioso que lo llevó a emprender varias empresas en las que tuvo éxitos y fracasos, satisfacciones y experiencias.
Pero lo mejor de él -con tener tanto- era su carácter, su humor ingenioso y cordial, su trato amable. Yo tuve la suerte de conocerlo hace un año -días más, días menos- y por cuestiones de trabajo teníamos una relación cotidiana. En esta encomienda, tratar con él era encontrar siempre resultados, celeridad, inteligencia… y sobre todo, asómbrese usted, alegría, buen humor.
Alguna vez Guillermo me dijo que él hacía su trabajo muy en serio, pero siempre con una sonrisa. Bien que lo cumplía.
Platicando con los enlaces institucionales de las otras dependencias del Gobierno de Veracruz, les decía que vamos a extrañar mucho a nuestro colega ido, y es que las buenas gentes siempre se echan de menos, y más cuando son tan responsables, capaces y alegres como lo fue Guillermo.
A sus seres queridos, a su familia cercana y unida, Memo les deja en herencia su buen nombre, y el respeto y el afecto que despertó en todos los que lo conocimos.
Digo con el poeta Miguel Hernández: “A las aladas almas de las rosas, del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.
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