sábado, 13 de agosto de 2011

¿DE VERDAD ESTAMOS TAN SOLOS?


Efraín Bartolomé

Son las 4:43 de la mañana del día 11 de agosto de 2011.  Hace aproximadamente dos horas un grupo de hombres armados irrumpieron en mi casa ubicada en Conkal 266 (esq. Becal), Col. Torres de Padierna, 14200, México, D. F. Comenzamos a escuchar golpes violentos como contra una puerta metálica y me extrañó porque se escuchaba demasiado cerca y no hay ninguna puerta así en la casa. Prendí la luz. Los golpes arreciaban ahora como contra nuestras puertas de madera.  Quité la tranca que protege la puerta de nuestra recámara y me asomé al pasillo: hacia el comedor veía luces (¿verdosas? ¿azulosas? ¿intermitentes?) acompañando los golpes violentos contra el cristal que da al sur. Mi mujer me gritó que me metiera. Así lo hice apresuradamente y alcancé a poner la tranca de nuevo. Oí cristales rompiéndose y pasos violentos hacia nuestra recámara: rápidos y fuertes. “¡Abran la puerta!” era el grito que se repetía antes de que empezaran a golpear con violencia mayor nuestra puerta con tranca. Nos encerramos en el baño y busqué a tientas un silbato que cuelga de un muro sin repellar: comencé a soplarlo con desesperación, unas diez veces, quizá. Mi mujer está llamando a la policía. Les dice que están entrando a la casa, que vengan pronto por favor, que nos auxilien. Yo sigo soplando el silbato con desesperación. En la oscuridad, mi mujer se ubicó tras de mí mientras oíamos que la tranca de la puerta se quebraba y los hombres entraban. ¿Tres, cuatro, cinco? Quise cerrar la puerta del baño pero ya no alcancé a hacerlo.  Empujé unas cajas hacia dicha puerta y en algo estorbó los empujones. “¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta, hijos de la chingada...!” gritaban mientras empujaban y metían sus rifles negros hacia el interior. Quise detener la puerta con mis manos pero no tenía sentido: vencieron mi mínima resistencia y entraron. Policías vestidos de negro, con pasamontañas y lo que supongo que serían “rifles de alto poder”. “¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Al suelo, hijos de la chingada! ¡Al suelo y no se muevan!” Uno de los hombres me da un manazo en la cabeza y me tira los lentes. Alcanzo a pescarlos antes de que toquen el suelo. Me quita el silbato. −¡No golpee a mi esposo! –grita mi mujer. −¡El teléfono! ¡Déme el teléfono! –le responde y pregunta si no tenemos otro teléfono o un celular. Ella y yo nos arrodillamos primero y después nos medio sentamos en el suelo de cemento de este baño sin terminar. Policías jorobados y nocturnos, como en el romance de García Lorca. Quién lo diría: aquí, en nuestra amada casa donde cultivamos y enseñamos la armonía. Aquí...  Justo aquí estos hombres de negro, con pasamontañas, con guantes, con rifles de asalto, con chalecos o chamaras que tienen inscritas las siglas blancas PFP, nos apuntan con sus armas a la cabeza. Uno de ellos, siempre amenazante, nos interroga.  Dos más permanecen en la puerta. − ¡Las armas! ¡Dónde están las armas! − Aquí no hay armas, señor, somos gente de trabajo. − ¡A qué se dedica!” −Soy psicoterapeuta y escribo libros. −¿Desde cuándo vive aquí? − Desde hace treinta años... −Cómo se llama. −Efraín Bartolomé. −Cuántos años tiene. −60. −A qué se dedica. −Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros. −Usted cómo se llama... –se dirige a mi mujer. −Guadalupe Belmontes de Bartolomé. −A qué se dedica. −Soy arqueóloga y ama de casa. −Cuántos años tiene. −54. −Tranquilos. Respiren profundo... Voy a verificar los datos.  El hombre sale. Oigo ruidos en toda la casa. Están vaciando cajones, abriendo puertas, pisando fuerte sobre la duela de madera. Oigo ruidos afuera, en el cuarto de huéspedes, en la torre, en el estudio de abajo. Nos cambiamos de posición.  Mi mujer pone algo sobre el frío piso de cemento.  Cinco o siete minutos después regresa el hombre y repite su interrogatorio. Si recibimos gente en la casa, con qué frecuencia, cada cuánto salimos de viaje, quién cuida entonces. Respondemos a todo brevemente. Dice nuevamente que va a verificar los datos y que volverá a decirnos porqué están aquí. El tiempo pasa.  Oímos que abren nuestro carro en el garage. Voces ininteligibles en el patio del norte. Más tiempo. Varios minutos después se oyen motores que se prenden y carros que arrancan. Mi mujer y yo seguimos en la oscuridad.  Comenzamos a movernos. Sólo silencio. Nos incorporamos con cierto temor. Salimos del baño hacia la recámara iluminada. Desorden.  Cajones abiertos.  Cosas volcadas en el buró. La chapa de la puerta en el suelo. Restos de la tranca destrozada. La puerta de tambor machacada y rota, pandeada en su parte media. Salimos al pasillo: un cuadro en el suelo y abiertas las puertas de lo que fueron las recámaras de mis hijos. Desorden en el interior: maletas y cajas abiertas, cajones vaciados. Vamos hacia el comedor: uno de los vidrios roto en su ángulo inferior izquierdo, muchos cristales en el piso. La puerta de la sala está rota de la misma forma en que rompieron la de nuestra recámara: la chapa en el suelo y fragmentos de duela en el piso. Está abierta la puerta de la torre y prendidas las luces del cuarto de huéspedes. Salimos por la puerta de la sala y nos asomamos con cierto temor. Nada. Mi mujer llama por segunda vez a la policía. Es en vano: piden los datos una vez más. Dicen que ya enviaron una unidad. Llego a la barda y me asomo: no hay carros. El portón del garage está intacto. Bajamos las escaleras hasta la puerta de acceso: rota igual que las de adentro. El estudio de abajo está con las luces prendidas. De por sí desordenado, ahora lo está más. Vamos hacia la torre y entramos al cuarto de huéspedes: cajones volcados, revistas en el suelo, cosas sobre la mesa, puertas del clóset colgando, zafadas de su riel inferior. Subo al tercer piso: una esculturita de alambre volcada pero no se nota demasiado desorden. Subo a los pisos superiores: no hay daño en la salita de arte. En el último piso dejaron abierta la puerta a la terraza. Volvemos al interior: queremos tomar fotos pero no está la cámara de mi mujer que estaba sobre el buró. “¡Tampoco está la memoria de mi computadora!”, grita. También se la llevaron Quiero ver la hora y voy al buró por mi reloj: ha desaparecido mi querido Omega Speedmaster Professional que me acompañó por casi cuarenta años. Tiene mi nombre grabado en la parte posterior: Efraín Bartolomé. Oímos que un auto se estaciona y nos asomamos. Mi mujer llama una vez más a la policía: lo mismo. Ya tienen los datos pero nunca enviaron apoyo. Indefensión. Del auto blanco baja un joven y avanza hacia la esquina. Se asoma y regresa. Lo saludo y responde. Le preguntamos qué pasa y responde que viene en atención a una llamada de su amiga que vive a la vuelta y a cuya casa también se metieron. Mi mujer pregunta de qué familia se trata, cómo se apellida. Magaña, responde el joven. ¡Es Paty!, dice mi mujer.  Salimos a la calle y voy hacia allá. Encontramos a Patricia Magaña, bióloga, investigadora universitaria, acompañada de su papá, en la calle. Entraron a ambas casas la de ella y la de sus padres, con la misma violencia que a la nuestra. Patricia y su hija estaban solas. Sus padres octogenarios también estaban solos.
Volvemos a nuestra casa vejada y con la puerta rota. Atranco la destruida puerta de la calle. Con todo, mantenemos una sorprendente calma. “Pudieron habernos matado”, dice mi mujer. Yo imagino por unos segundos nuestros cuerpos ensangrentados en el baño en desorden. ¿Sabe el presidente Calderón esto que pasa en las casas de la ciudad? ¿Lo sabe Marcelo Ebrard? ¿Lo sabe el procurador Mancera? ¿Ordenan Maricela Morales o Genaro García Luna estos operativos? ¿Sabrán quién fue el encargado de este acto en contra de inocentes?  Antenoche volvimos a casa levitando, en la felicidad más plena, tras la amorosa y conmovedora recepción del público ante nuestro libro presentado en Bellas Artes. Un día después, en la atroz madrugada, la PFP irrumpe violentamente en nuestra casa, quiebra nuestras puertas, destruye los cristales, hurga sin respeto en nuestra más íntima propiedad, nos amenaza con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos... Y pensar que también son humanos los que hacen esto contra su prójimo. Subo al estudio a escribir esto. Allá, abajo, la ciudad parece embellecida por la calma. Arriba la impasible Luna de agosto, casi llena. Son ya las 6:35 de la mañana. La luz de oriente comienza a colorear y a inflamar el horizonte. La policía nunca llegó. ¿De verdad estamos tan solos?

miércoles, 10 de agosto de 2011

Un vago pensamiento sobre el idioma español

Quique Nieto

Intentaba leer hace algunos días en el autobús una novela de Tolstoi, ¿cuál era? No viene al caso el título. Lo importante es por qué intentaba y no lo hacía. En el asiento de atrás dos sujetos hablaban con una voz potente, a tal grado, que creí estar entre ellos. Aclaro todo esto, para evitar que resuenen las voces malignas que dirán lo clásico: Quique es un chismoso. No, no es así, y debido a la naturaleza del tema de conversación que iban desarrollando ambos no pude despegarme de aquella plática.
Se trataba, ni más ni menos, del uso de la lengua española. Podía notarse que eran amigos, pues la empatía que demostraba el uno por la afirmación del otro y viceversa eran perturbadoras. Sí, perturbadoras. Escuché aseveraciones como “muchas personas ni saben hablar: ¿me das un vaso de agua?, no idiota el vaso es de plástico o de cristal, no de agua”. Recordé entonces, una lectura que hice al entrar a la carrera, poco tiempo, en realidad; donde decía que realmente el uso general de ciertas frases compuestas ya son aceptadas por la DRAE, como el ejemplo anterior. Esto, debido al uso común entre la gente. Otro caso común, es, precisamente el de gente y gentes. Este hallazgo me causó una sorpresa tremenda: puede ocuparse gente para referirse a un conjunto de personas donde no se encuentra una diversidad notable. Se permite utilizar gentes para referirnos, también, a un grupo de personas; pero, con una diversidad evidente. Es decir, una manifestación perredista: está llena de gente; en tanto en la cámara de diputados encontramos gentes. ¿Curioso? Sí, mucho. Pero de preferencia sigamos usando la forma en singular.
La conversación de Fulano y Sutano me pareció un punto de partida para una disertación milenaria. Ya decía Antonio Alatorre, todos tenemos un Probbo en nuestros corazoncitos. Como diría mi profesora de Historia de la lengua: es el fetichismo lingüístico. Todos nos creemos críticos de la lengua, nos sentimos filólogos. Sin embargo, los verdaderos estudiosos como lo fueron Antonio Alatorre, Menéndez Pidal, Amado Alonso y como lo es actualmente y en México Moreno de Alba, se han podido dar cuenta que no se trata de juzgar. El conocimiento que se adquiere de la lengua mediante la lengua misma es un reflejo de que ésta es mientras cumpla una función esencial, que es la de comunicar. Mientras sirva para que el circuito del habla no quede trunco y las personas lleguen a completar su comunicación es un idioma saludable. Si tuviéramos que esperar a un excelente hablante del español para tener un monumento al idioma, no hubiéramos visto nunca salir a la luz El Quijote. Tal vez pudiéramos haber leído la obra máxima de Cervantes, pero si ésa fuera la cima del idioma, estaríamos hablando de fermosas donzellas y de un Librixa como diría Juan Valdés al primer gramático de la lengua española.
Recordemos que la lengua española es un constructo, sí, como todos los demás idiomas, que está regida por una gramática pero que ello no significa el fin de nuestra libre expresión. Pero también hagamos volver a nuestra memoria que se trata de un sistema que está vivo y que se mueve junto con todos y cada uno de los hablantes. Es ahí donde es fácil recordar a Saussure hablar de la arbitrariedad del signo: Por más que nos lo propongamos no podemos cambiar la lengua, ella cambiará sola de acuerdo a los usos que gradualmente se vayan haciendo. Voy a parafrasear a Alatorre cuando dice que es igualmente hablante del mismo español el campesino más inculto que aquél que es un erudito conocedor de la filología. Pero no todo se trata de citas académicas, podemos incluso ver un monólogo del comediante español Luis Piedrahita, conocido como El Rey de las Cosas Pequeñas, quien dice que “el español es un lenguaje loable, lo hable quien lo hable”.

lunes, 8 de agosto de 2011

MOVIMIENTO CIUDADANO ¿SUICIDIO COLECTIVO? O ¿VALENTIA DESESPERADA?

Lic. Inocencio Martínez Cortes

El senador de la Republica por el estado prospero jarocho, dueño de la franquicia política, denominada Convergencia, cuyo registro le reconocieron allá por el año de 1999, se la juega cambiando su nombre, para llamarse ahora Movimiento Ciudadano.
Convergencia, antes se hacía llamar Convergencia por la Democracia, gracias a don Cuauhtémoc Cárdenas y al popular peje, se mantienen enchufados en el presupuesto que otorga el IFE y los Institutos electorales locales, pues no se olvida que la alianza que existe de manera natural entre el PRD, PT y ahora el citado movimiento Ciudadano  en las contiendas presidenciales, del año 2000 y 2006, es como se dieron a conocer a nivel nacional.
Desde luego hay que reconocer que en el año 2003, en elecciones federales de diputados se aventuraron y mantuvieron su registro con muchos apuros, haciéndolos pensar que hacer, pues no fue fácil pasar la prueba con una ciudadanía cada vez más politizada.
Antes ya habían saboreado el dolor que produce el no tener más del 2% en la mayoría de elecciones locales, salvo el estado jarocho cuna del líder Dante Delgado,  en donde con apuros ha logrado rebasar el famoso 2% que les da la posibilidad de alcanzar curules y regidurías en los ayuntamientos.
Cuando apenas empezaban a acreditarse y sin lograr un umbral que les garantice su permanencia en el escenario político nacional, han preferido montarse en un caudillo llamado Andrés Manuel López Obrador, para que con la aceptación de que goza este personaje, puedan salvar el pellejo y con un nuevo nombre, se mantengan a salvo de perder el registro y empezar de nuevo.
Parece un suicidio colectivo, en donde el profeta convence a todos, con el cuento de alcanzar la salvación de sus vidas, lo que para el caso puede ser lo mismo, pero políticamente hablando, sus seguidores sin chistar aceptan como un acto de fe, sacrificar lo que en años habían construido y en algunos casos acreditado, para iniciar una loca aventura, que los puede llevar  a la pérdida del registro como partido político nacional.
 El asunto es que su líder, no tiene problemas, el ya resolvió su vida personal, así que las huestes de convergencia, renuncian a su militancia, su trayectoria y tal vez su ideología y el gurú ni compasión tendrá, si no resulta benéfica la decisión tomada ya los veremos transitar a otros partidos, como cuando empezaron.
Otro: Mientras unos simulan estar felices, el MIVER convoca a una consulta, para evaluar el trabajo de su alcaldesa.